PSOAS ILÍACO: El músculo del alma

Seguro habréis oído hablar del músculo psoas. Aunque ese no sea su nombre completo, ya que se reconoce como psoas ilíaco, por sus distintos anclajes en el cuerpo. Nuestro cuerpo posee varias capas de estructuras y el psoas ilíaco es un músculo que se encuentra en lo más profundo del centro de nuestro cuerpo.

Es el único músculo que conecta la columna vertebral con las extremidades inferiores y es el principal responsable de mantenernos erguidos a su vez que nos permite avanzar.  Sus puntos de anclaje son varios: columna vertebral (parte media/baja), diafragma, cadera y parte interior. Cabe tener en cuenta también su dirección, que es completamente en diagonal, con lo cual hay estructuras como los intestinos que están íntimamente ligadas con este. Debido a su complejidad anatómica, hay que tenerlo en cuenta en todo tipo de trabajo, tanto activo como pasivo.

Este músculo actúa como soporte interno de la zona abdominal, lo cual implica que nuestros órganos vitales están en contacto directo con él y por consiguiente, con su estado. Asimismo, tiene un vínculo directo con nuestro diafragma (músculo respiratorio por excelencia) ambos trabajan conjuntamente uniendo el ritmo del cuerpo con el ritmo respiratorio. Este hecho, permite que haya una fluidez en nuestro cuerpo en todos sus aspectos.

El psoas es un músculo de vital importancia en cualquier movimiento que realice nuestro cuerpo. Por este motivo, cuando los movimientos son realizados sin consciencia corporal o se realizan malas posturas de forma mantenida, es de los principales afectados. Un psoas ilíaco insano (exceso de tensión) puede causar desequilibrios en la estructura corporal con diversas consecuencias a nivel de salud.

Un estiramiento muy básico y sencillo para mejorar la elasticidad y la cualidad de nuestro psoas ilíaco, es el típico: tumbado boca arriba con una de las dos rodillas flexionadas hacía el pecho. Pero, ¡cuidado! Hay mucha diferencia entre estirar por estirar, o estirar poniendo una atención en el cuerpo y en todas sus estructuras.

Lo primero que debemos hacer es tumbarnos boca arriba y alinear nuestra columna. Vamos a llevar la barbilla hacía el pecho (sin levantar la cabeza del suelo) buscando un alongamiento de la musculatura cervical. A su vez, vamos a conectar nuestras escápulas con el suelo, con el fin de mantener una buena apertura de pecho. Si seguimos bajando por nuestra columna, llegamos a la zona lumbar: zona clave. Debemos conectar nuestro abdomen hacía dentro para llevar las vertebras lumbares en contacto con el suelo y evitar compensaciones. Desde esa colocación general, debemos llevar nuestra rodilla hacía el pecho sin perder los 3 puntos de control mencionados anteriormente: cervicales, escápulas y lumbares. Solo desde ahí y con una respiración profunda y consciente, podemos relajar nuestro músculo del alma.

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